Recuento Necesario

Universidad autónoma, universidad desobediente: riesgos, tensiones, paradojas y posibilidades

Autonomous University, Disobedient University: Risks, Tensions, Paradoxes, and Possibilities

Dante Ariel Aragón Moreno
Universidad Iberoamericana Ciudad de México, México
David Fernández Dávalos, S. J.
Universidad Iberoamericana Ciudad de México-Tijuana, México

Universidad autónoma, universidad desobediente: riesgos, tensiones, paradojas y posibilidades

Revista Latinoamericana de Estudios Educativos (México), vol. L, núm. 3, pp. 255-270, 2020

Universidad Iberoamericana, Ciudad de México

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Recepción: 28 Julio 2020

Aprobación: 28 Agosto 2020

Resumen: En el presente artículo se reflexionan los retos, tensiones y posibilidades de una Universidad autónoma, crítica y politizada. Para ello, abordamos los retos de la realidad actual y su relación con las lógicas neoliberales y de dominación soberana: desde la pandemia Covid, narcotráfico, feminicidio, discriminación, hasta los altos índices de pobreza y desigualdad. De igual manera, se describen los problemas a los que se enfrenta la propia Universidad en un contexto problemático donde ella misma está en crisis. Desde la absorción de la misma en las lógicas mercantiles hasta su propia negación: la complacencia con las lógicas empresariales, la indiferencia por el contexto, posturas policiales de disciplinamiento e incluso un activismo negador de la especificidad de la propia Universidad. Posteriormente, argumentamos que estas posturas, incluso las que se pretenden más críticas, cooperan a su modo en procesos de disciplinamiento y producción de cuerpos dóciles a las demandas de las lógicas mercantiles y de dominación. Finalmente, y con los riesgos que ello implica, proponemos una Universidad autónoma, beligerante, politizada y desobediente.

Palabras clave: universidad, autonomía, política, neoliberalismo, dominación.

Abstract: This article discusses the challenges, tensions, and possibilities of an autonomous, critical, and politicized University. We address the challenges of current reality and its relationship with neoliberal and sovereign domination logics: from the COVID pandemic, drug trafficking, femicide, discrimination, to high rates of poverty and inequality. In the same way, it describes the problems that the University itself faces in a problematic context where it is in crisis. From the absorption of the same in the mercantile logic to its negation: the complacency with the business logic; disregard for context; police positions of discipline. Even activism that denies the specificity of the University itself. Subsequently, we argue that these positions, even those intended to be more critical, cooperate in their way in processes of discipline and production of bodies that are docile to the demands of mercantile and domination logic. Finally, and with the risks that this implies, we propose an autonomous, belligerent, politicized, and disobedient University. Key words: university, autonomy, politics, neoliberalism, domination

Keywords: university, autonomy, politics, neoliberalism, domination.



El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos

Fuente: Cuadernos de la cárcel. Antonio Gramsci

Mientras lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer, asistimos a una época monstruosa o desfigurada. A caballo entre el neoliberalismo que agoniza luego de mostrar su rostro más oscuro y despiadado con la emergencia de la pandemia de Covid y con el despunte de las múltiples violencias en el mundo, por un lado, y una sociedad diversa que no acaba de nacer, por el otro, las instituciones, las democracias, los dirigentes de los Estados devienen monstruosos.

En esta época sin figura ni configuración, sino donde hasta el discurso mismo como condición de posibilidad de comprensión y construcción de los fenómenos está en crisis, nos encontramos impotentes para leer la época, comprenderla y, por tanto, transformarla. Bien podríamos afirmar que la crisis misma como categoría está en crisis, pues en realidad, con ella, no se logra explicar nada.1

Mientras esto sucede, nos debatimos frente a los dispositivos tradicionales de dominación –lo viejo cadavérico– y los nuevos mecanismos monstruosos con iguales pretensiones de regulación, de normalización, de castigo a la multiplicidad y de aseguramiento de la docilidad de los cuerpos. De esta manera, el capitalismo globalizado toma formas violentas insospechadas y también formas de seducción de los cuerpos convencidos de lo inevitable y conveniente, a veces, de su posición sujetada.

De manera sorprendente, la violencia de una debilitada matriz onto-teo-antropológica (Díaz-Letelier, 2017 y 2020) –que deviene la neoliberal del capitalismo desregulado y rapaz– se combina con procesos de dispersión y tercerización (Villalobos, 2020). Siendo así que, junto a las fosas clandestinas, los feminicidios y desapariciones forzadas como síntomas de los altos niveles de acumulación, expropiación, expoliación y explotación capitalistas (Villalobos, 2020), se presencian formas tecnologizadas de distribución, producción y consumo novedosas, pero no ajenas a los formatos clásicos de dominación y explotación. De ahí, el carácter monstruoso de los dispositivos de dominación y regulación resultantes.

Incluso, como lo afirma Villalobos (2020), la pandemia misma como consecuencia de los altos niveles de expoliación, acumulación, explotación y devastación, ha transgredido el umbral mismo que posibilita materialmente la reproducción hasta de las lógicas capitalistas y neoliberales. Por eso, con ella y por ella, la economía global ha entrado en crisis, en un declive sin precedente. El modelo mismo de acumulación, como el viejo topo, y merced a sus propias contradicciones, como decía el olvidado y vigente Marx, ha cavado el suelo en el que se sustentaba hasta derrumbarlo y sucumbir sin remedio.

La pandemia, o la Covid-19 es, en realidad, producto de los altos niveles de devastación en la desenfrenada búsqueda de la ganancia. Además, esta situación se agrava con otra consecuencia de las lógicas de acumulación: la devastación del sistema sanitario y de la capacidad misma del Estado para lidiar con problemas de gran magnitud. El desmantelamiento que se ha hecho de la esfera de “lo público” viene ahora a cobrar factura.

La universidad monstruosa

Pues bien, en este panorama umbrío, la Universidad, como institución, también está en crisis. Surgida hace más de ocho siglos, junto con la Iglesia católica, es de las instituciones sociales que ha permanecido prácticamente sin cambios... hasta ahora. Lejos ya de ser el centro por excelencia de reunión, diálogo, custodia, producción y transmisión de conocimiento, como lo ha sido hasta ahora, la Universidad en crisis enfrenta, al menos, cuatro ingentes problemas.

El primer de ellos es la “pérdida del valor de uso” (Thayer et al., 2018, pp. 108-109) del propio conocimiento dada, la necesidad mercantil de saberes superespecializados y no críticos. Esto quiere decir que los conocimientos que hoy genera la Universidad están guiados, primordialmente, por el afán de lucro, con la pretensión de ser útiles para la generación de valor económico, para que puedan ser “realizados” en el mercado de la “sociedad del conocimiento”. Por esto mismo, la producción universitaria deja de tener valor en sí misma y debe ser ahora funcional al modelo de acumulación, con lo que se cancela la generación de saberes críticos que busquen su transformación.

De esta manera, saberes sociales imprescindibles para la humanidad y para la transformación social, pero no comercializables y “desviados” de la tendencia dominante, dejan de ser producidos por las instituciones universitarias, o bien son francamente relegados en la asignación presupuestal y en su promoción.

El segundo problema, que sería la variable independiente del primero, es la absorción de la Universidad y su orientación a la satisfacción de las necesidades del mercado. Lejos de ser la Universidad aquella instancia crítica capaz de imaginar lógicas alternativas al mercado y a la dominación, no sin tensión permanente, la Universidad es hoy el objeto privilegiado de las lógicas estatales de sometimiento, hegemonía, regulación y sanción, lo mismo que de las lógicas mercantiles de expoliación, acumulación, explotación y dominación. No es apresurado afirmar, con Thayer y sus colaboradores (2018), que la Universidad es hoy el espacio donde convergen las máquinas soberanas, mercantiles y “geo-militares”.2

Así, la Universidad se convierte en el espacio donde se logra la producción de cuerpos dóciles, normados, así como dispuestos afectiva y teóricamente a reproducir a las máquinas mismas que los han producido.

Para el propio Thayer (2018), el punto delicado a partir del cual se subraya la responsabilidad histórica de la Universidad está en la constatación de que tenemos y nos desenvolvemos en una sociedad más o menos formateada universitariamente. Una sociedad que ha sido producida por los valores jerárquicos y excluyentes de la institución universitaria que, como agente activo de la dominación, ordena, sanciona y determina la forma de retribución, según la ubicación que se tenga entre las categorías generadas por ella misma.

La diferencia minúscula que existe entre el último de los aprobados y el primero de los reprobados determinará dramáticamente la trayectoria social, el respeto público y los merecimientos económicos de uno y otro. “La Universidad determina lo social” es, sin duda, una hipérbole, pero nos orienta en la dirección a la que apuntamos.

La existencia de esta Universidad como alma mater (Thayer et al., 2018) de lo social hoy desfigurado, plantea una serie de retos y llamadas de atención hacia la concreta labor educativa superior en la actualidad y acerca de la producción de egresados que terminan siendo los responsables directos o indirectos de las máquinas soberanas-mercantiles que producen el hecho social en su particular configuración histórica en este momento crítico. Dicho en palabras más crudas: de egresados que producen y reproducen las máquinas de tortura y desaparición (por ejemplo, en la persona de jueces o funcionarios egresados que son indiferentes a estos fenómenos); de explotación sin límite (egresados de administración responsables de casos de daño laboral o ecológico); de discriminación y racismo (egresados de cualquier carrera responsables de la reproducción de prejuicios heteronormativos y patriarcales, así como del odio racial); de corrupción (politólogos egresados o administradores responsables o testigos mudos de actos de corrupción); de narcoviolencia (egresados comprometidos con la acumulación de capital a cualquier costo); de dinámicas meramente mercantiles-individualistas (el resto de egresados que prescinden de la dimensión ética del comportamiento humano y que no se comprenden a sí mismos en su relación-responsabilidad con otros, sino delirantemente, desde su propia individualidad como referente de la totalidad).

El tercer problema pasa por la desfiguración de la Universidad misma, por su pérdida de rumbo y sentido. La institución universitaria ha trastocado el lugar que le corresponde en la sociedad, y se ha desorientado en su quehacer como generadora y difusora de conocimientos y saberes, como actor social relevante. Tal problema se hace visible, por ejemplo, en aquellos centros universitarios o de investigación firmemente convencidos de que deben trabajar para el mercado y para la maximización de la ganancia privada; centros universitarios que, eludiendo el contexto complejo y exigente, cooperan para la docilidad de los cuerpos de estudiantes, para hacerlos obedientes a la norma y a la hegemonía; centros o conjuntos de académicos y académicas que, en realidad, trabajan para el Estado mediante la reproducción de acríticos pero eficientes servidores públicos; centros ultra-academizados que, en medio de la catastrófica realidad del mundo y en un entorno de conflicto social, en un gesto teológico negado (hacen canónico cualquier texto y absoluta la estructura social vigente), se muestran más preocupados por la hermenéutica academicista y por la custodia de textos que consideran sagrados y viven, además, una angustia identitaria permanente, que los lleva a vigilar y a delimitar de forma policial lo que corresponde a cada disciplina, preguntándose siempre por los límites y alcances legítimos de su inútil así como conservadora profesión.

El monstruoso personal académico

En este marco institucional de lo académico, dos tendencias nos parecen especialmente preocupantes pues, contrario a lo que pregonan, parecieran alimentar a las máquinas de dominación.

La primera es una tendencia que, mostrando ser aparentemente crítica, reproduce en realidad la domesticación de la diferencia, al hacerla dócil a través de su folclorización como museificación o fetichización (postula identidades inamovibles, cerradas, conservadoras, intocables); o bien, también, reconociendo relaciones de dominación y de discriminación que atraviesan sus objetos de investigación, pero autopostulándose (conservadora e identitariamente) como poseedoras de la verdad o de la verdadera incidencia política. Con esto castigan toda expresión múltiple con potencial disidente y toda postura que mire al Estado como campo en disputa, a través de un discurso de corte evangélico fundamentalista. Con cierta frecuencia, estar académicamente en contra de esta tendencia “identitaria” cerrada puede acarrear desde la descalificación, hasta la pérdida del empleo y el ostracismo académico.

Es curioso constatar cómo esta tendencia, si bien pretende vincularse con saberes populares (aunque aún con resabios ilustrados), se despliega interuniversitariamente de manera ilustrada, sancionando y administrando saberes o discursos permitidos y prohibidos, según ella misma. De esta manera, dicha tendencia coopera al disciplinamiento y captura de toda potencia crítica e imaginaria con capacidad de derramar sus marcos teóricos.

La segunda tendencia, igualmente preocupante, es la de aquellas y aquellos que, continuando con una extraña resistencia a la teoría, motivada por un afecto de odio intelectual (el reverso del academicismo) y también autopostulándose como poseedores de la verdad, asumen ciegamente la posibilidad de la transformación del mundo sin necesidad teórica. Quizá motivados por una mala lectura de la onceava tesis sobre Feuerbach de Marx,3 dan por hecho que no es necesario interpretar, leer, diagnosticar, discutir o pensar, sino actuar de manera decidida, inmediata e impaciente (sin mediaciones).

Cabe decir aquí, fraseado a Immanuel Kant, que una acción sin marco teórico (sin discusión, lectura, investigación) es tan ciega como vacía; es una teoría sin praxis y sin vinculación.

Consideramos que cada uno de estos arquetipos, que jamás aparecen en estado puro, cooperan a su modo y con diferentes intensidades en la neoliberalización del mundo y de la universidad. Unas lo hacen por acríticas, otras por indiferentes, otras más por inquisitoriales y desarticuladoras (ganancia neoliberal) y otras, finalmente, por no comprender la especificidad (Ellacuría, 1980) de la Universidad y por la incomprensión de la necesidad estratégica de cierta teoría para la incidencia social.

Además, muchas veces, directivos y personal académico están preocupados centralmente por el posicionamiento mediático y mercantil de la Universidad (generando plusvalor arropado con el discurso de la Universidad “diferente”), con lo que la domesticación universitaria neoliberal se ve culminada.

Habría que agregar un último arquetipo un tanto extraño y minoritario. Se trata de aquél propio de un privilegiado e inteligente sector académico pendiente de los problemas de la realidad circundante, aunque sin ningún tipo de articulación material con la misma, de hecho, sin deseos de dicha articulación. Políticamente, se trata de sectores que, como signo vivo de una inadvertida, pero realmente existente impotencia política, se caracterizan por un exceso de criticismo radical, o por lo que Beverly (2013, p. 1), parafraseando a Lenin, denominó como el “ultraizquierdismo: enfermedad infantil de la academia”. La paradoja de esta tendencia es el reconocimiento de la necesidad del cambio social, pero también la constante postulación de obstáculos teóricos a cada paso para el mismo, para una acción social transformadora, hasta el grado de preferir no hacer nada como imperativo absoluto sin matices (lo que posibilita un fortalecimiento nihilista y pasivo de la dominación), o hasta el grado de demoler todo proyecto de transformación por sus inconsistencias lógicas, como si el trabajo académico y universitario se redujera a la configuración de consistentes rompecabezas mentales.

Más allá de realizar una crítica a estos arquetipos “monstruosos” –presentes de manera combinada en la realidad–, debemos reconocer que son tan engañosos que no dejan de ser seductores y cumplen cabalmente, por ello, con su tarea de condicionar al propio quehacer universitario, tanto individual como institucional.

Lo propio de la región

Desde América Latina, un último desafío para la Universidad consiste en el reconocimiento de los asuntos trágicos particulares de la realidad circundante y de la respuesta universitaria que demandan: feminicidio, racismo, violencias, desaparición, narcotráfico, pobreza, desigualdad, migración irregular... Se trata de problemas que han de retar y convocar al quehacer universitario desde el funcionamiento de la estructura organizativa y administrativa de la institución como un todo, hasta las particularidades de su docencia, su investigación, su incidencia, no sin los riesgos que ello implica. Riesgos que, como hemos señalado en los arquetipos descritos, pueden pasar por el desconocimiento mismo de la especificidad universitaria, o bien, por la reproducción inocente de lógicas de castigo a la multiplicidad y a la disidencia, y en favor de la regulación disciplinaria desde la ideología dominante.

Frente a la Universidad cómplice, deseamos, pues, pensar en una Universidad autónoma, no sin los riesgos y las tensiones que esto acarrea.

Universidad, autonomía y criticidad

Cuando hablamos de autonomía asumimos que ésta es relativa4 (autonomía de algo o de alguien), pero la pensamos primordialmente como sustracción5 de las lógicas mercantiles y soberanas (dominantes), no sin riesgos y tensiones importantes.

La autonomía implica que la Universidad, ni académica ni administrativamente, deba responder sólo o de forma absoluta a las solicitaciones del mercado, sino a las objetivas necesidades del conjunto de la sociedad, en particular de los grupos más desfavorecidos. Esto, sin duda, implica la reorientación de la docencia, la investigación y la incidencia universitarias.

Cabe recalcar que, en esta comprensión, como se ha dicho, la Universidad como centro de lectura de la realidad circundante y como productora de saberes e imágenes críticas y de incidencia, postulamos, ellacurianamente,6 que todo ello debe hacerse desde el punto de vista de las mayorías populares o subalternizadas (cuerpos cosificados resultado de procesos de disciplinamiento7 y sin suficiente capacidad de agencia).

La reorientación de la docencia, la investigación y la incidencia reta a la Universidad a la búsqueda de criterios de producción y evaluación ajenos, esencialmente, a la generación de plusvalor. No sólo ajenos a la idea del éxito universitario que circula como moneda corriente (Moreiras, 2018), o ajenos al productivismo cuantitativo (lógica del paper), sino ajenas también a la medición del impacto de los proyectos en función de los fondos monetarios que implican o atraen.

Ser ajenos a la lógica hiperproductivista fabril o tercerizada por la empresa a la universidad no tiene por qué implicar una coartada para realizar un trabajo sin calidad o para el no trabajo. Tiene que significar más bien, al menos, repensar la singularidad del trabajo académico evitando la intercambiabilidad8 de las académicas y académicos calificados sólo cuantitativamente, reorientando también la producción docente y de investigación en diálogo con el sentir y pensar de las mayorías subalternizadas. Desde este diálogo, cabe aclarar que, el hecho de evitar dicha intercambiabilidad entre las y los académicos como consecuencia de la acción de sustracción a la lógica del plusvalor, implica no desconocer –y violentar– la especificidad de sus modos de trabajo, así como de los retos del contexto social.

Esta articulación o ensamble afectivo (Cabezas, 2018) e intelectual con los espacios y temas de la subalternización tendrá que constituirse en el centro y la dinámica de la producción académica y universitaria mediante discusiones, lecturas, interpretaciones y ensayos sociales que puedan incidir de alguna manera en el fortalecimiento de las mayorías populares, pensando a éstas como agentes y no como objetos9 (renuncia a la narrativa “ilustrada” y religiosa).

De ahí que la intervención universitaria autónoma, en tanto momento reflexivo (teórico-cultural) de la praxis social, y desde la especificidad que le es propia (Ellacuría, 1980), se ha de concebir a sí misma justamente como ese “momento” caviloso de un proceso social en marcha, que la excede y que pasa por la constitución y fortalecimiento de la agencia de esas mayorías (mayorías populares, comunidad LGBTTTQ+, mujeres en posición de subalternidad, comunidad afrodescendiente, comunidad indígena, comunidad campesina) sin aportar a la ansiedad identitaria o desarticuladora (y neoliberal) del sujeto social transformador. Ésta ya no sería, pues, la Universidad cómplice, sino la Universidad ensamblada.

En síntesis, esta Universidad autónoma y ensamblada que requerimos, es una Universidad que, lúcida y multidimensionalmente, busca renunciar a las violencias y a la seducción neoliberal y de dominación. Su renuncia es afectiva e intelectual, en la búsqueda de una disposición alternativa frente a la realidad circundante.

Esta renuncia no acontece sin tensiones y peligros, pero, sobre todo, no ocurre sin lucha y conflicto. Por eso, esta Universidad es también, entonces, una Universidad beligerante.

Como afirma Tatián (2018), la Universidad autónoma es aquella que regresa (y se le regresa) al mundo real. Mundo no como conjunto de cosas sino como conjunto de cosas, posibilidades, imágenes y ausencias.10

En ese sentido, la Universidad también se convierte en estratégica colaboradora en la producción y cuidado del mundo. Ya no de este mundo “formateado universitariamente” de manera jerárquica y excluyente, a imagen y semejanza de la Universidad monstruosa, sino, más bien, productora de saberes, discursos e imágenes que producen afectos alternativos que buscan exceder lógicas mercantiles (neoliberales) y de dominación en la conformación de un mundo otro.

La Universidad autónoma no es la indiferente, inútil e irrelevante socialmente, pero tampoco la activista generadora de plusvalía o resistente a toda teoría. Es la Universidad, en cambio, que busca por diferentes medios escapar a la subsunción o absorción de sí por las lógicas mercantiles y soberanas.

Para ello, no sólo busca reconexiones otras (ensambles alternativos), sino también el permanente ataque cultural y el desmantelamiento de los nodos productores (y reproductores) de saberes y prácticas de dominación.

Universidad, politización y transformación

Para Ellacuría (1980) era imprescindible dar cuenta de la importancia de la politización de la Universidad. Y esto último, por su inevitable dimensión pública en tanto agente pasivo y activo de la estructura social, como un hecho dado, pero también, como una orientación pretendida, en tanto que Universidad consciente de su ser y estar en esta situación siempre pública (es decir, política) y consciente también de su compromiso con las mayorías populares.

Pensamos que, hoy día, una Universidad politizada desde su especificidad es aquella que renuncia tanto a la dominación ilustrada, como a las violencias de todo intento de sujeción de la misma. Es aquella que puede ensamblarse afectiva e inteligentemente con las mayorías subalternizadas y participa desde su especificidad como momento estratégico reflexivo, en el proceso de autonomía y emancipación –jamás total– de dichas mayorías.

Dicho en otras palabras, la autonomía que potencia el despliegue universitario autogestionado permite su incidencia en la tarea de configurar lo social de manera democrática, popular y múltiple. Es una lucha sin día de descanso, permanente y siempre diversa, que nunca termina en el mismo punto de partida.

La Universidad como centro productor de saberes e imágenes11 críticas que afectan para disponer subjetividades no dóciles ni sujetadas, es la comunidad porosa y siempre abierta que, en vez de castigar y someter lo diferente, busca liberar la imaginación sensible.

De esta manera, los saberes e imágenes son críticos no sólo porque producen la crisis agrietando lógicas de dominación, sino porque responden y se arraigan (radicalmente) a la realidad circundante anunciando un mundo por venir.

La Universidad se potencia desde un específico lugar de enunciación: el lugar de la subalternización que no contiene demasiados compromisos con la aceptación de la docilidad, sino con la rebeldía y la desobediencia.

Sólo de esta manera la Universidad será capaz de cooperar universitariamente en la tarea de imaginar, en colectivo, las condiciones de posibilidad para romper y diseñar lo social alternativo.

Si la política en sentido radical, a decir de Negri (2004, p. 35), es “invención colectiva” y “construcción de las condiciones epistemológicas y ontológicas para la instauración de una transformación de la realidad”, la Universidad se politiza debidamente, esto es, sin desconocer su especificidad, cooperando a través de su inserción a la espiral rebelde que requiere también de herramientas reflexivas para tal tarea de “imaginación trascendental”12 y diseño del mundo alternativo.

Sin embargo, la política, en sentido radical, también es disputa por los modos de configurar lo social, y en cuanto disputa, además de constatar el antagonismo que subyace a toda configuración social –siempre fragmentada– también es lucha por evitar la clausura del mundo; es decir, por evitar una configuración social que se pretenda absoluta, sin fisuras y sin posibilidad de crítica. En ese sentido, la Universidad también se politiza debidamente cuando, pendiente de la realidad circundante, interroga, disputa y cuestiona toda aquella configuración social que pretenda la clausura de toda discusión.13

De esta manera, para Ellacuría (1980), la revolución –o tarea de transformación permanente– y la universidad no tienen por qué estar en contradicción, sino que pueden complementarse virtuosamente.14

Conclusiones

Ellacurianamente dicho, la Universidad inspirada en la Compañía de Jesús no es la preocupada identitariamente por su membresía en un grupo selecto de instituciones, como la Ivy League, o por la distinción en sus diferentes versiones –de clase, de género, de excelencia como recurso mercantil en los rankings–, sino la que alberga lo múltiple en desborde suscitándolo, y fundamentalmente, la que es desobediente del poder de dominación y de las leyes del capital que sólo se reproduce a sí mismo (D-M-D+).

Desde el Jesús histórico en el que creía Ellacuría (1973) y todas las Iglesia cristianas no fundamentalistas y liberadoras15 se trata ésta de una desobediencia en seguimiento de los gestos del galileo: renuncia de la religión ritualizada y muerta (hoy también la religión sin promesa de redención del capital), de las leyes de la época (que impedían tocar al leproso, al maldito, al pecador, al excluido) y de la absurda opulencia. Una Universidad inspirada en los gestos de la renuncia también es aquella que promueve el éxodo de los dispositivos productores o cómplices de exclusión. Un éxodo jamás pleno y sin resistencias; sin embargo, se trata de una salida necesaria que, en su propio despliegue, ya comienza a morar y a construir un espacio alternativo. La universidad alienada quizá no pueda ser transformada en una institución completamente liberada y liberadora pero, sin duda, puede comenzar a vivir desde ahora las primicias de la sociedad por construir.

La Universidad autónoma es, entonces, necesariamente, la Universidad desobediente de las dinámicas y mandatos hegemónicos, de la dominación y la exclusión, de la discriminación y la explotación. Esto no es posible sin peligros y tensiones; tal como el mismo Ellacuría (1980) lo testificó: la Universidad autónoma es, entonces, la vulnerable Universidad perseguida.

Referencias

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Notas

1 Thayer (2018, p. 116) sostiene que: “Se trataría más bien de la crisis del discurso, de lo categorial sin más. Crisis del discurso que no puede ser controlada ni regulada por el discurso. carecemos de categorías para analizar el acontecimiento de la crisis de las categorías –incluida la categoría de ‘crisis’ tan recurrente”.
2 En palabras de Thayer (2018, pp. 96-97): “Porque también podría ser que la universidad no constituya más que una rampa o calzada, un lugar de cruce de máquinas empresariales, geo-militares, biopolíticas, que pasan a través de ella, ni siquiera normalmente, fetichizadas como procesos autónomos de investigación y educación; procedimientos que sin provenir necesariamente de un centro estable, reconocible, localizarle, la regulen, administren y estabilicen, y no a la inversa como se suponía, modernamente, debiera ser”.
3 Según la cual los filósofos han interpretado el mundo cuando lo que se requiere es transformarlo.
4 Tatián (2018, p. 26) afirma: “En cierto sentido, la autonomía no es autónoma… más bien remite siempre a interrogantes que la determinan y le proporcionan un contenido y una dirección: ¿autonomía de qué?, ¿autonomía para qué? ¿autonomía con quién?”.
5 Para la idea de sustracción nos inspiramos en Moreiras (2018) y Villalobos (2018).
6 Para Ellacuría (1973, 1980), es central la opción preferencial por las mayorías populares como lugar privilegiado de politización, producción de conocimiento, emancipación e historización.
7 Para una idea de subalternización como efecto de disciplinamiento, véase Cabezas (2012).
8 Sustraerse de la lógica del valor de cambio implica, para Moreiras (2018), evitar insertar a los académicos a esa misma lógica capaz de habilitar su intercambio por cualquier otro miembro en detrimento de su especificidad, y agregamos, en detrimento de la especificidad de la Universidad y de su contexto.
9 Plasmado ya en Ellacuría (1980).
10 Tatián (2018, pp. 26) sostiene: “Autonomía es lo que devuelve la universidad al mundo y el mundo a la universidad –para su comprensión, para su lectura, para su transformación y para su cuidado–, donde mundo no se determina según una acepción puramente física, ni equivale al conjunto de todo lo que hay, sino más bien un botón concepto de la imaginación radical que incluye también lo que no hay, lo irrepresentable (o ex–óptico), lo ausente, lo que falta, lo posible (las cosas oscuras desde el comienzo del mundo de las que hablan las escrituras)”.
11 La pertinencia y potencia de las imágenes críticas es una idea que se le debemos a Cabezas (2018).
12 Negri (2004) habla de imaginación trascendental para reflexionar acerca de la astucia en Maquiavelo.
13 Para la política como lucha por la configuración social y como configuración social en sí, véase a Lefort y a Oliver (mencionados en Retamozo, 2009). Y para el tema de la lucha por evitar toda clausura o por disputar los fundamentos de lo social, si bien es posible discutirlo desde pensadores como Rancière, nos fue de utilidad el artículo de Álvarez (s. f.).
14 Al final del texto, Ellacuría (1980, p. 20) pronuncia estas famosas palabras: “La politización y excelencia universitaria en vez de excluirse, se potenciarían mutuamente, y de esta potenciación sacaríamos una mejor universidad y una mejor política. Otras condiciones más importantes se requieren para que haya esa mejor política, pero la universidad debidamente politizada es también una condición necesaria e importante. Si la revolución no pasa por la Universidad, en el sentido de que no es ella su motor principal, la universidad debe pasar por la revolución, porque revolución y razón no tienen por qué estar en contradicción, más bien en las cuestiones históricas se reclaman y se exigen mutuamente”.
15 Esta percepción de la subversión ellacuriana se fortalece cuando es posible cruzar su filosofía de la Realidad Histórica o su filosofía política, con su lectura de Jesús y la noción de seguimiento. En el escrito “Carácter político de la misión de Jesús” de Ellacuría (1973), nos encontramos con las siguientes características de Jesús que es importante resaltar para seguirlo: su enfrentamiento con “los poderes de la tierra”; “su rechazo a la religión muerta y ritualizada”; su enemistad con la prepotencia pública de la época; su fe operante; su ser peligroso para los que pretenden un monopolio de la fe; su poner en peligro el equilibrio de fuerzas de la época; su consideración material de la pobreza; su arriesgada crítica a la riqueza que produce pobreza, y la enseñanza de que el Reino de Dios se construye, o en otras palabras, que la salvación tiene una dimensión o mediación material y sociopolítica ineludible. En síntesis, ante esta lectura de Jesús, nos encontramos frente al despliegue de un gesto de cuestionamiento de la verdad que sostiene el monopolio de la fe (hoy el mercado) y que pone en cuestión la producción y la diseminación de la misma. Haciendo eso, produce un corto circuito en las lógicas de poder que así se sostienen. En este gesto de deslegitimación y de crisis de determinado equilibrio de poder es posible comprender el peligro político que encarnan (tanto Jesús como el propio Ellacuría; tanto Gramsci en la Cárcel como Benjamín en su huida, como muchos otros que son peligro encarnado porque rivalizan con el dogma y con los saberes que invisten a las lógicas del comando o de dominación). No hay si quiera respeto por la religiosidad ritualizada y muerta, es decir, repetitiva, acartonada y no viva, en cuanto no viva descarnada, desexualizada. Aunque esto no se encuentra en Ellacuría, merece la pena repensarlo.
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