Revista
Latinoamericana de Estudios Educativos
Vol.
XLVII Núm. 1
Ene-mar
2017
ISSN
impreso: 0185-1284
ISSN
electrónico: 2448-878X
Entre la aparición del breve texto que
presentamos a continuación y la del ejemplar en turno –32 años–, hemos visto
aparecer, en México, alrededor o más de 30 reformas, adiciones, reglamentos y
programas orientados a la mejora educativa del país.
El comentario que sigue, en particular, tomaba
el pulso a la reciente Revolución educativa que emprendió el entonces secretario del
ramo, Jesús Reyes Heroles, a tres años de su puesta en marcha.
La componenda a la que alude tenía el
propósito de garantizar la educación básica universal mediante la
ampliación de la cobertura a 10 años obligatorios, en un ciclo que articularía
los niveles de preescolar, primaria y secundaria; elevar la calidad de la
educación a través del mejoramiento de la infraestructura, los materiales
escolares y la participación social; especializar la formación del
magisterio, lo que se patentó en la creación de la Universidad Pedagógica
Nacional (UPN), a fin de mejorar la calidad de la educación a través de sus
mentores y hacer más eficiente la inversión y el aprovechamiento de los
recursos, lo que se lograría mediante un cambio de orientación administrativa,
pasando de la desconcentración del gasto y el diseño curricular federales, a su
descentralización hacia los estados de la República.
Aunque la intención y el gasto habían sido
notables, la fuerza del Estado no alcanzó para concretar los objetivos
planteados: la profunda crisis económica que afectó al país en los ochenta
llevó su impronta al sector educativo con recortes presupuestales (de 81 865.4
millones de pesos, en 1982, a 46 482.5 en 1984), lo que culminó, hacia finales
de la década, con un significativo grupo de población que no podía acceder o
abandonaba el sistema escolar, mientras que al interior de las aulas se
provocaba una progresiva discriminación interna y una caída de la calidad de
los aprendizajes, sobre todo entre los grupos de población social, económica y
culturalmente relegados, los que constituían la nueva población objetivo que se
pretendía incorporar al sistema.
Esto se percibe, en el pronunciamiento que
sigue, como una muerte por “inanición” de la que hubiera nacido como una “Revolución educativa”.
Es significativo recordar, también, que el
texto aparece luego de más de 20 años de análisis de las falencias, los
quiebres y de innumerables propuestas acerca de la educación que requería el
país por parte de pioneros estudiosos en la materia y otros actores sociales,
mientras que, a raíz del terremoto que sacudió la Ciudad de México en
septiembre de 1985, la historia de la ciudadanía daría un vuelco radical cuando
se puso de manifiesto la enorme solidaridad y la capacidad de
organización espontánea de la sociedad civil en las acciones de rescate y
reconstrucción de la capital y las ciudades más afectadas, así como en el
cuestionamiento frontal de las políticas públicas. Todo esto, aparentemente,
provoca en el grupo editor de esta revista la percepción de una “revolución de
la organicidad social”, así como a rescatar las exigencias derivadas de la
investigación acerca de “poner el sistema educativo al servicio del
alumno y de la sociedad; poner al maestro en el centro del proceso educativo, y
centrar la educación en un saber integrador, significativo ... transformador”,
y añadiríamos, verdaderamente revolucionario.
A propósito de la muy reciente publicación
del, como ha quedado sugerido, no necesariamente nuevo Modelo educativo, 2016 y
de su Propuesta curricular, perecería otra vez que, finalmente, los resultados
de la investigación educativa de este país se han hecho eco en el diseño de la
política pública.
Ojalá que, pese a los recientes recortes en el
presupuesto para la educación de los mexicanos, pese a los vacíos e
incertidumbres que aún se resienten tanto en el propio modelo como en su ruta
de implementación y financiamiento –uno, muy sensible, por cierto, acerca de
las escuelas normales y la formación del magisterio–, pese al histórico
divorcio entre las reformas y los hechos, nos encaminemos a un proceso que nos
permita rehacer el tejido social, en una “revolución copernicana” nacida de la
satisfacción que genere el proceso educativo entre sus principales actores,
para construir, a partir de ello, el consenso sobre un concepto de nación que
incluya a todos.
Centro de Estudios Educativos
Mientras
en los últimos tres años hemos visto nacer y morir de inanición una postulada
Revolución educativa, otra revolución silenciosa, pero de mayor fuerza y
trascendencia, se va gestando en la sociedad mexicana; el individuo y las
instancias intermedias están asumiendo su papel. En el contexto de esta
revolución de la organicidad social, se plantean cambios fundamentales en el
sistema educativo. Estos pueden sintetizarse en una triple revolución
copernicana que cambie los centros de gravitación: poner el sistema educativo
al servicio del alumno y de la sociedad; poner al maestro en el centro del
proceso educativo; y centrar la educación en un saber integrador, significativo
y transformador.
Cambiar el sistema educativo, invertir las clientelas
Por ser
la educación un proceso cultural por medio del cual cada grupo humano transmite
a la nueva generación lo mejor de la herencia del grupo, la estructura
educativa del Estado debe estar al servicio de la sociedad y en
intercomunicación con ella. En materia de derechos primarios del individuo y de
la familia, el Estado cumple un papel subsidiario, y los servicios que aporta
complementan y no sustituyen a los sujetos primarios de los derechos. Los
valores compartidos socialmente tienen su raíz en el consenso social y no en la
autoridad del Estado. Consecuentemente, el aparato educativo debe estar al
servicio de los educandos y de sus padres, las energías de los maestros deben
orientarse a lograr la aprobación social, comenzando por la comunidad educativa
en la que trabaja. La flecha que indica el flujo de los intereses en juego debe
apuntar hacia el educando y su comunidad original y no hacia el secretario y
demás autoridades. La satisfacción del secretario deben ser los buenos
resultados educativos, evaluados por toda la sociedad a partir del núcleo
familiar. La unidad nacional se constituye desde lo individual y diverso: de la
riqueza de los individuos, los estilos y las diferencias regionales que en la
libertad comparten lo común nacional. El estilo de vida compartido, y no los
controles artificiales, dan fuerza a una nación. Un indicador fundamental de
salud social es la dirección en la que huyen los recursos públicos, humanos y
financieros. ¿Sirven a los intereses de las personas o se sirven de las
personas?
Revalorar al maestro
Conforme
ha aumentado el número de maestros, ha ido disminuyendo la proporción de
verdaderos maestros; ha descendido notablemente la motivación personal, la seriedad
profesional y, consecuentemente, la estima social del maestro. Muchos de ellos
optaron por el magisterio por falta de mejores oportunidades, y un número considerable está solo de
paso en busca de superación profesional o económica. Pero en los problemas del
magisterio, más importantes que las raíces de tipo personal, son las causas de
tipo estructural: al maestro en México se le controla como clientela política y
se le automatiza como burócrata de la enseñanza. Se necesitan maestros con
vocación que quieran, sepan, y puedan vivir gratificantemente el arte de
enseñar y de educar. Sin embargo, para que esto sea posible es
necesario que la estructura laboral, administrativa y curricular esté al
servicio del maestro. En la realidad la estructura actual utiliza al maestro o,
en el mejor de los casos, lo cosifica en la pobreza de un orden meticuloso,
formalista, impositivo y despersonalizado. Si vamos a tener una mejor
educación, es necesario que el proceso educativo respete al maestro y tenga
confianza en él como creador de cultura, productor de ciencia, generador de
lenguaje y promotor eficaz del conocimiento significativo. La estructura
normativa solo debe dar cauce a la vida, no sustituirla ni momificarla. En la
actualidad, un gran número de maestros son repetidores angustiados, frustrados
o aburridos de cosas sin valor que otros a su vez les han repetido; tenemos un
sistema de repeticiones a la “n” potencia. Repeticiones muertas en lugar de
creatividad personal viva. La verdadera estima del maestro, preocupación por la
educación y amor al país, no está en ocultar los problemas sino en
diagnosticarlos y ayudar en la búsqueda de los auténticos remedios. Como
verdadero ser humano el maestro no necesita demagogia, sino auténtico respeto.
Reencontrar el sentido de los aprendizajes
No se
exagera cuando se afirma que en materia curricular y normas de acreditación, lo
único claro es que ya nada está claro. Quedan en el sistema educativo efectos
de tantos implícitos, anacronismos, modas, reformas, tendencias pedagógicas,
revoluciones educativas, luchas de facciones y manejos políticos que resulta
imposible saber para qué objeto está diseñado este extraño conglomerado. Más
difícil aún es intentar evaluar su eficacia educativa y prácticamente imposible
hablar siquiera de modificarla. Los medios han sustituido a los fines. Pero si
queremos una auténtica educación y devolver su valor al magisterio, es
indispensable replantear, libre y creativamente, el papel del conocimiento.
Volver al origen, revivir la aventura del conocimiento, dar importancia al
conocimiento personalizado, significativo y orgánico. Volver también a generar
cultura desde el microcosmos de cada persona particular en la trama vital de la
lengua materna, clave de la autoimagen y vehículo primigenio de la
comunicación. Aprender antes que nada, en el contexto de la propia comunidad,
el arte de apropiarse, sapiencialmente, las relaciones con el hábitat, con el
mundo de las personas y con la imagen interior del propio yo. Desde lo propio
vitalmente poseído, podremos relacionarnos con toda persona y con toda cultura.
Podemos ser universales desde nuestra particularidad. Un nuevo sentido del
aprendizaje supone una manera nueva también de ejercer el magisterio, y un
cambio de prioridades en la estructura educativa. Tres cambios de gravitación
de intereses que se refuerzan y se necesitan. En resumen, hoy es necesario
replantearlo todo. Hacer balance de todo lo anteriormente realizado y planear
con conciencia de lo propio, pero con creatividad y libertad.
Hay ideas
y posturas que en su momento fueron de avanzada, pero hoy forman parte del
pasado, bagaje del conservadurismo actual. Frente a la inercia del pasado, hay
que plantear las posibilidades fecundas del futuro. Querer el cambio, imaginar
creativamente los procesos que lo hagan posible y tener la habilidad y
perseverancia para hacerlos posibles desde las estructuras administrativas de
hoy. Es una enorme tarea, pero son mayores las potencialidades de este país.